Kasandra es el seudónimo que Karin Silva Noriega suele utilizar para firmar toda su creación. Este blog significa para ella la katarsis de su alma, de su filosofía y de las cosas que ella considera "sin importancia". ¡Qué la disfruten!

lunes, 28 de junio de 2010

Cinco Minutos...

Caminábamos tomados de la mano por algún parque de Lima él y yo, su compañía es la misma de siempre, cálida y agradable. Quedamos sin nada qué decir por un instante. Yo observé los árboles y me di cuenta que eran muy altos, quizás cinco o seis metros calculé. Apreté su mano. Un diablillo cruzó por el camino, el pequeño iba perseguido por su mamá. Pobre mamá, debe cansarse al correr todo el día tras un niño tan inquieto como él ¿correría así también cada vez que lo llevaba al colegio? Es decir, ¿lo llevaría ella o su esposo? Si es que era casada claro. Tomé conciencia de mi mano y aún sentía la suya.

No había pasado ni dos segundos desde el momento en que empecé este relato cuando una paloma se cagó en la vereda. Condenada paloma, quién como ella que caga donde quiere y no tiene la necesidad de correr al baño cuando está en un lugar decente ¿eso será libertad? Mi abuela diría que son malos modales, bueno después de todo no creo que la libertad sea cagar donde uno quiere. Sentí su mano que me jaló nuevamente, y oí un "¡cuidado!" Cuando cayó el excremento del ave, fue sólo un instante y yo ya había pensado en el ave, en la libertad, en mi abuela y en los buenos modales.

Continuamos caminando en silencio, el sol era débil y calentaba ligeramente el cuerpo. Era una de esas tardes que el sol parece congratularnos con una ligera sonrisa.

Recuerdo haber visto una foto muy antigua de este parque, una a blanco y negro, había una mujer muy elegante, de vestido negro con bordes blancos, y un pequeño sombrero. Estaba acompañada de dos niños que llevaban una camisa, al parecer también blanca, y un chaleco beige, llevaban un short de tela hasta las rodillas y medias que les tapaban la pantorrilla, uno llevaba gorro, del tipo boina, y el otro tenía los cabellos al aire, muy bien peinado, de ralla al costado. Apreté su mano aún estaba allí. ¿Qué dirían esa mujer y los niños si vieran el parque hoy? ¿Estarían vivos aún? La mujer no lo creo, sus restos deben estar en algún cementerio o urna, pero esos niños quizás aún viven y continúan visitando el lugar. Busco con la mirada a algún anciano. Hay muchos. Acaricio su mano.

Y si el diablillo que se nos cruzó hace un instante regresase dentro de 70 años a este parque, ¿estaría también sentado leyendo el periódico como estos ancianos? Quizás recordaría con nostalgia a su seguramente difunta madre y se reirá de lo travieso que fue y suspirará creyendo que pudo ser mejor con mamá. Quizás ya no existan periódicos en aquella época, después de todo dicen que va a desaparecer por el periodismo virtual que ahora está muy de moda. ¿Nos sentamos?

Había pasado un minuto desde que empecé este relato, y hasta aceptar la invitación de mi acompañante, yo ya había meditado en el parque, en la foto antigua y en sus protagonistas, en la muerte de la señora, en los niños que deben ser ancianos hoy, y hasta les creé una historia; pensé en el futuro del diablillo y en la muerte de su madre; en la tecnología, en los periódicos y hasta en el periodismo virtual. Vaya qué rápida es la mente. ¿En qué piensas, por qué tan callada? En nada amor. ¿Te sucede algo? No. ¿Y por qué esa cara? ¿Qué cara? Y mi acompañante hace un gesto de ojos dormilones… mirando a la nada, yo sonrío. Sólo estoy cansada, tú sabes, el trabajo. Si quieres, nos vamos. No, este lugar me gusta, tiene de todo.

No sé por qué le dije “nada” si había pensado en todo, por qué es tan difícil poder decir lo que uno piensa en realidad ¿seremos así todos los seremos humanos? Y si yo le preguntase a él en qué piensa, seguramente me diría lo mismo; pero estaría completamente segura de que sí pensaría en algo, quizás en el deporte, en el sexo, en por qué estoy callada, en la cara de zombi que pongo cada vez que me sumerjo en mis pensamientos. Me respondería lo mismo, qué hipócrita. Hice la prueba. ¿Y en qué piensas tú? Hum, nada. ¡Ahí está! Me respondió lo mismo, pero estoy segurísima que pensaba en algo, quizás en el partido de fútbol, o en el dinero. Pero debía estar pensando en algo.

Lo observaba y estaba callado, nos acabábamos de sentar y nuestras manos continuaban juntas. ¿Te gusta el parque? Sí, es bonito me dijo, bien grande. ¡Qué insensible! El parque no es grande, bueno sí lo es, pero no por eso es bonito. Cuántas historias albergará, cuántos ancianos recordarán la Lima de antaño, cuantas parejas se declararán su amor, cuantos niños viven momentos inolvidables, ¡y los árboles, que bellos son! Y los pececitos que nadan en la laguna artificial y la comida. No le dije nada, solo acaricié su mano.

Qué disgustada me sentí. ¿Estás bien? Sí, por qué me lo preguntas tanto, le dije. Es que no me hablas, pareciera que estás molesta. Qué bien me conoce este hombre, sí pues, estoy molesta, pensé. ¿Pero cómo le iba a decir que estaba molesta por su falta de sensibilidad a las cosas? Hice una pausa, quise decirle al menos una de las tantas cosas en las que había pensado hasta entonces: en el diablillo, en el anciano, en la foto, en el ave, en mi abuela, en los modales, en la libertad, en los periódicos, en el periodismo virtual, en la falta de sinceridad de las personas para decir lo que en realidad pensamos, de su insensibilidad y mis constantes caídas en el ensimismamiento. Entonces, decidí probar empezando por lo árboles. ¿Has notado qué grande son los árboles? Qué idiota, debí de haber empezado por una frase más inteligente, qué pensará ahora, ¿qué soy tonta? Me miró seriamente como reproche y me dijo, ¿casi ni nos vemos y piensas en los árboles?

Entonces creí que era mejor no decir que había pensado en mil cosas más… quizás tenía razón y yo fui egoísta por no concentrarme en él, pero no lo pude evitar, ¿quién pone limitaciones a la mente, a la imaginación?

Quizás debía pensar en él, en si nos comprendemos en realidad, en si tendremos hijos, y en cómo sería nuestra vida juntos. Pensé entonces en que llevaríamos a los niños a pasear al mismo parque, entonces ya no tendría tiempo de pensar, porque tendría que correr tras ellos, como la madre del diablillo. ¿Seguiremos tomados de la mano aún? Quizás ya no porque sabrá que pienso en otra cosa, menos en él y en nuestro hijo. ¡Qué mala madre seré! ¿Oye, tú crees que yo llegaría a ser una buena mamá? Por qué lo preguntas, me contestó, no sé, sólo se me ocurrió. Además de mala madre, mentirosa. “se me ocurrió”, falso, lo estaba meditando, ¿por qué es tan difícil ser sincero? Entonces me di cuenta que no era sincera y me sentí muy mal. ¿Sabes, este parque tiene de todo, no? Me dijo, entonces creo que empezamos a comprendernos, decidí soltarle la mano por fin, y abrazarlo. Había pasado apenas cinco minutos desde que empecé este relato. Yo había pensado en los árboles, en el niño, en su madre, en el ave, en mi abuela, en los buenos modales, en la libertad, en la foto antigua, en la señora que ya debía estar muerta, en los niños que ya debían de estar viejos, en la tecnología, en los periódicos, en el periodismo virtual, en la falta de capacidad de las personas para decir lo que verdaderamente piensan, incluyendo mi acompañante, en su falta de sensibilidad, en mi egoísmo, en mi futuro como madre, en mis futuros hijos y nuevamente en el parque.