Kasandra es el seudónimo que Karin Silva Noriega suele utilizar para firmar toda su creación. Este blog significa para ella la katarsis de su alma, de su filosofía y de las cosas que ella considera "sin importancia". ¡Qué la disfruten!

jueves, 9 de julio de 2009

El cachudo feliz y la cornuda contenta

Tengo más de diez años de casada y he llegado a la conclusión que mi marido es perfecto. Confía en mí, tiene plata, me ama y “me mima”, como dice el sabio Coquito.
No tendría razón alguna para conseguirme otro hombre... hasta que... un día detecté que mi marido era un don Juan.
Al principio creí que era algo pasajero, pero pronto me vi sumergida en la soledad de mi casa y de mi cama.

¿Por qué digo entonces que es perfecto? Aún no he terminado.
Los días se hicieron grises, mi marido no me tocaba, y hasta que encontré en su auto ropa interior femenina, muy bella y sensual por cierto. En fin, ahora tenía una evidencia.
Cuando fui a reclamarle, no supo qué decirme y me juró por todos los santos del mundo que yo era la única mujer de su vida. Obvio, no le creí.
Como se negó a darme el divorcio, entonces le advertí que le haría la vida tan imposible como pudiera, para que sea él quien me lo pidiera a gritos, fue entonces cuando empezamos a ser felices.
Yo, como toda mujer herida y despechada, juré que me las pagaría ojo por ojo. Empecé a salir los fines de semana; pronto encontré a un hombre guapo que se interesó en mí. Lo seduje, lo llevé a casa y me despedía de él con grandes besos apasionados en la puerta, donde mi marido pudiera verme.
Cierto día, cuando empecé a creer que no le importaba, me dijo que podíamos invitarlo a cenar, yo acepté para saber hasta dónde pensaba llegar.
Así pues, concerté una cita con mi amante y lo invité a cenar a casa, junto a mi marido. Aquella noche, nos sentamos los tres, mi marido cocinó y puso una mesa para cuatro. ¿Cuatro? Eramos mi amante, mi marido, su invitado especial y yo.
De repente, a los quince minutos llamaron a la puerta, una exuberante figura femenina ingresó, mi marido le dio una cálida bienvenida con un beso acompañado de un juego de manos entre piernas y pubis. Mi amante y yo nos incomodamos al ver esta situación.
De repente, al culminar su tan original saludo, se sentaron. Ella llevaba un vestido rojo con un escote que le daba hasta el ombligo. No culpé a mi esposo por haber caído en sus redes, ¡sí que era bella! Pero de pronto, habló.
Habló para decirme que esperaba que yo no me sintiera incómoda. Su voz retumbó en mi cabeza, sus labios rojos se movían lentamente ante mis ojos, mi piel se escarapeló.
Era travesti, y con esto, mi marido gay.
Él me explicó que no quería divorciarse de mí por temor “al qué dirán”. Y yo lo comprendí, como quien comprende a su mejor amiga ante un error grave.
Dicen que muchas prefieren que su marido le sea infiel con otra mujer antes que con un gay. Pero la verdad, yo me sentí contenta al saber que seguía siendo la única mujer en su vida, que aún podía disfrutar de su dinero y continuar con mi amante sin prejuicios. Desde entonces él es un cachudo feliz y yo una cornuda contenta.